domingo, 28 de junio de 2009

Sólo los estúpidos tienen la conciencia tranquila

Eso es lo que dice una canción de Siniestro Total. Y yo, habitualmente estúpido profesional en lo relativo a la serenidad de mi alma, llevo un par de semanas en lo que debe de ser el extremo de la inteligencia. Vamos que mi conciencia no deja de pegarme patadas en las espinillas. Las razones nos se las voy a contar (este blog todavía es demasiado joven y usted y yo aún no nos conocemos bien), pero sí lo que está pasando por mi cabeza. Allá voy.

Hay circunstancias en las que lo prescriptivo es aguantar el chaparrón, poner toda la buena cara posible, respirar hondo y tratar de ser más neutral que Suiza. La cuestión es: ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos agravios hay que tolerar hasta que tengamos “derecho” a la pataleta? ¿Cuándo podremos reventar como una castaña y que esté “justificado”?

Me explico. Si saltamos demasiado pronto, tenemos mal genio, somos intolerantes, vamos “mal follados”; cuando tardamos demasiado, el desencadenante suele ser una nadería y entonces nos convertimos en caprichosos, en niños mimados o en algo aún peor (si fuese posible que haya algo peor que un niño malcriado). La dificultad, como en todos los ámbitos de la vida estriba en alcanzar el término medio, ese punto de equilibrio que siempre está demasiado lejos de nuestra posición.

Mi madre, que es muy sabia, siempre dice: “Somos esclavos de nuestra educación”. No os pueden ni imaginar hasta qué punto es así. Por más que intentemos saltarnos los principios entre los que crecimos, siempre nos encontraremos con un pequeño Pepito Grillo que nos dirá “eso no está bien” o “recapacita” o “no es para ponerse así” o alguna frase-hecha-de-colegio-de-monjas por el estilo. Y francamente, ya estoy más que harto.

Por si a alguien puede interesarle, mi actual estado de ánimo está estrechamente relacionado con el post anterior.

¿Alguien sabe dónde se vende un DDT para la conciencia?

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